sábado, 13 de septiembre de 2008

Luis y Virginia

Según la famosa serie de televisión Cuéntame, que parece querer llegar hasta los tiempos actuales destripando su éxito, los españoles sintieron una inmesa alegría cuando Massiel ganó Eurovisión en 1968 ya que, creo recordar en palabras del guionista, nunca habíamos ganado nada. Transcurridos cuarenta años, no en Eurovisión, que en sus diversos formatos acostumbran a cachondearse de nosotros, pero sí en otros ámbitos, como, por ejemplo, el deportivo, la cosa ha cambiado bastante. El Real Madrid, Severiano Ballesteros, Arantxa Sánchez Vicario, Miguel Induráin, el equipo de Copa Davis, Fernando Alonso, la selección de Baloncesto y, más recientemente, Rafael Nadal, han puesto una pica en Flandes, o en lugares que otros españoles ni siquiera habían soñado hollar.
Sin embargo, seguíamos sin ganar nada en el deporte más querido por los españoles: el fútbol. Cuando Luis Aragonés fue nombrado seleccionador me alegré mucho como seguidor del Atleti y tuve un presentimiento que no confesé a nadie. Pensé que quizá con Luis podía ser el momento de ganar un título. Expectativa que, evidentemente, no me atreví a comentar con nadie después de la reacción universal de aficionados y no aficionados a la labor de Luis al frente de la selección. Así era como antes se le conocía futbolísticamente, por antonomasia, con cariño, y no era necesario su apellido. Sin embargo, la prensa y resto de aficionados usó todos sus recursos para despreciar y atacar a Luis sin piedad, incluso el insulto sin tapujos. Recuerdo un partido de clasificación, ganado tres a cero, en el que el seleccionador, molesto entre otras cosas por el ambiente hostil del estadio, esquivó la rueda de prensa, lo cual pareció un escándalo mayúsculo a la mayoría periodistas y contertulios radiofónicos, que pidieron su dimisión por, decían, jugar tan mal y no tener la vergüenza de salir a dar explicaciones.
Llegados a esta demencial situación, hacía esfuerzos por comprender esta actitud sin conseguirlo. Parecía yo ser el único en recordar que los partidos clasificatorios contra equipos débiles siempre se habían caracterizado por el mal juego, al menos desde que yo recuerdo. Parecía yo también el único en recordar que el caso Raúl no era nuevo, y ya habíamos vivido casos parecidos con jugadores como Butragueño o Juanito. Y es que la afición española adscrita en masa al Real Madrid no perdona que ningún seleccionador deje de alinear a su vaca sagrada.
Incluso tras los primeros éxitos de la selección en la Eurocopa aún se escuchaba a contumaces madridistas despreciar a la selección con la ferocidad acostumbrada. Ante esta situación, comprenderán mis escasos lectores el exultante gozo con el que viví las sucesivas victorias del equipo y que se venciera en la final, para más inri, con gol de Torres. Quiero pensar que todos nos alegramos mucho por esta victoria, pero me temo que alguno todavía hace esfuerzos por disimular la cara de tonto que se le quedó.
Pero el verano me tenía reservada otra pequeña victoria. Siempre digo que la televisión actual me aburre sobremanera, sin embargo hay algunos programas de los que he de confesar que soy seguidor leal, como, por ejemplo, Operación triunfo. Es evidente que me entretiene porque me gusta la música, aunque tengo que reconocer que también me seduce el suspense y las situaciones creadas por el sistema de votaciones y expulsiones. En la primera edición mi favorita era Chenoa, en la segunda, Vega; la tercera no me gustó; en la cuarta quería que ganara Soraya, que además era extremeña; y en la quinta acerté con Lorena, aunque ese era fácil. En las ediciones anteriores del concurso, como puede comprobarse, mis gustos (o quizá simpatías, más influyentes en este tipo de programas) distaban mucho del resto de espectadores.
Sin embargo, en esta última edición, me ha pasado algo similar a lo acontecido con Luis Aragonés. Cuando comentaba que me gustaba Virginia, la mayoría de personas (si es que veían el programa) ponían un mohín de desprecio, al tiempo que apoyaban las críticas y ataques de los compañeros-rivales de la cantante. No sé si este, llamado por algunos, bulling a Virginia, me adhirió inconscientemente a sus fans. La verdad es que el programa coincidía con el baño y cena de mi hijo pequeño y por ello me perdía muchas de sus actuaciones. Y a pesar de presenciar las más, digamos, desafortunadas, y escuchar cómo le temblaba la voz por el miedo escénico que sufría en sus interpretaciones, seguí programa tras programa conservando el irracional deseo del forofo.
Cuando ganó el concurso, simplemente me alegré por simpatía, pero cuando posteriormente escuché interpretaciones como Old town, Ben o Creep (haz clic si quieres ver el vídeo) me di cuenta de que me convertía en seguidor acérrimo de su voz y de su estilo singulares. En muchas galas la veía, pequeña, vestida como una muñeca y algo patosa. Posteriormente descubrí que esa combinación que choca frontalmente con las llamadas reinas del pop, era seductora para el público que veía en tal ingenuidad escénica un nuevo y extraño encanto. Por otro lado, muchos estamos ya un poco hartos de cabellos enmarañados, jirones y ordinarios escotes.
El caso es que, exceptuando el doblete y alguna que otra satisfacción personal, últimamente, mi sensación en este tipo de asuntos era la de los españoles de los sesenta que nunca habían ganado nada. Así que este verano Luis y Virginia han logrado que me sienta ganador en este pequeño vicio humano de asomarse a estas sublimes o viles competiciones mundanas de nuestra televisión.