viernes, 30 de diciembre de 2011

Las apariencias engañan

Estaba ahora viendo la tele, el programa de "Atrapa un millón", y me preguntaba por qué no me animaba yo a participar en una cosa de estas, como mi amigo Paco Carmona, y ganar algún dinerillo. "Voy a comprobar hasta dónde llegaría jugando", me digo. La primera pregunta era qué figura era la señal de Stop. Cuadrado, no. Triángulo tampoco. La cosa está entre octógono y hexágono. Cuento mentalmente y decido que son seis lados. La pareja de la tele coincide conmigo y pone el millón entero en el hexágono. Parece una pregunta sin problema. Él es ingeniero. Resulta que la respuesta correcta es octógono. Me quedo de piedra, aunque no tanto como la pareja de concursantes. Y ya no digo la "señora madre" y la "señora suegra" (sic) que están entre el público.
Las apariencias engañan. No hay cosa peor que creer verlo todo muy claro. Como la situación de la monarquía en España. Algunos se frotan las manos pensando que después de tantos años han triunfado.
Me explico. Me gustan los toros. Me gusta, alguna vez, ver un combate de boxeo. Me gustan las monterías. Soy del Atlético de Madrid. Soy monárquico. Aunque no me gusta demasiado este adjetivo. Cuando era joven, las personas que me presentaban a alguien lo mencionaban como una curiosidad. "Y estudia latín", decían. Para mí era lo normal, o debería serlo. No estudiar latín, sino ser monárquico. Sigo explicándome.
Cualquiera de las "aficiones" o gustos enunciados tiene un argumento detractor aplastante: El toro sufre muchísimo. El boxeador puede sufrir daños irreversibles. El Atleti no es el mejor club, puedes cambiarte cuando tú quieras. Nadie puede recibir privilegios por su nacimiento, mucho menos ser jefe de estado. Admito cualquiera de tales argumentos. Si alguien aparece con cada uno de ellos, no puedo contestarle. Ahora bien, yo tengo también mis razones para ver, de vez en cuando, una corrida, un combate, seguir al Atleti y ser, como dice la gente, "monárquico". Voy a detenerme en la última de mis rarezas.
En primer lugar, no entiendo la curiosidad de apoyar a su majestad el Rey, sintiéndose español. Que no digo que haya que sentirse, ni que la españolidad tenga que ser así, pero solo reivindico mi derecho a unir ambas cosas. El concepto de España va unido a la existencia de un rey. Es más, el linaje real es anterior a la España que hoy conocemos y que algunos defienden ante los enemigos. "Es que a mí España me la suda", dirá alguno. Y me parece bien. No cae en ninguna contradicción. Ante diferente caso nos encontramos con muchos amantes de España y la españolidad que, por el contrario, se declaran, no ya monárquicos, sino contrarios y beligerantes hasta llegar al insulto más descarnado, mostrando todo su odio. Esto sí muestra, en mi opinión una contradicción de lo más perverso. Estas personas casi nunca plantean el argumento que exponía más arriba, sino otros de lo más variopinto: "Que le estoy pagando el sueldo". "Que firma esta ley o la otra". "Que no se opone a esta decisión política". "Que bebe". "Que la reina es griega". "Que el Príncipe no lloró en la boda y sí lo hizo el de Dinamarca". Es inútil discutir cualquiera de estos reproches capciosos. La realidad es como la del apólogo del padre, el niño y el burro. Haga lo que haga el padre, montar al niño, ir los dos a pie o ambos sobre el animal va a ser criticado. Porque la razón es otra: El rencor franquista o postfranquista que ahora reverdece después de este periodo político que tando daño ha hecho en todos los sentidos.
Y ahora me gustaría volver al concepto de "España", que puede ser la madre del cordero. España con el linaje de don Juan Carlos ha vivido desde los orígenes de nuestra nación la Reconquista, el descubrimiento de América, los Siglos de Oro, La Ilustración borbónica, el siglo XIX, el primer tercio del siglo XX. Así es España, nos guste más o menos. En la guerra y la posguerra no hubo rey. Pretender, después de tantos siglos, que la España que queremos es la forjada en la posguerra, la del "reino sin rey" y la de la "reserva espiritual de occidente" es una broma de mal gusto.
Pretender afirmar que todo estaba bien cuando todo estaba mal es idealizar mucho. El reinado de don Juan Carlos es el mejor periodo de la Historia de España. Nolis velis. Decir lo contrario porque no se pueda fumar en los bares son chascarrillos de taberna. Por cierto, ya hablaré de esto de fumar en otra entrada. O post, como diría don Fermín.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Paola de la Cruz

Es la música una de las asignaturas pendientes de la enseñanza en España. Recuerdo que en el colegio no la dimos nunca. La gente, en cambio, creo que la considera algo muy importante. Es más, podríamos decir que las personas en España se toman muy en serio qué tipo de música escuchan. Algo así como ser del Madrid o del Barça, o del Atleti. Es algo que define. Así, bien escoge el chimichanga en una conversación el grupo que dice escuchar aunque no sepa muy bien ni de qué está hablando.
Yo en este tema, precisamente, soy un poco raro. Cuando era adolescente y pre-adulto me dio por una banda a la que todo el mundo decía admirar, pero que nadie escuchaba, como bien sabe mi amigo Tuti. Verbi gracia: Dire Straits. Como ya he comentado en otro post (como diría mi adorado don Fermín) la música que solíamos escuchar en los ochenta, la famosa movida, siempre me resultó vomitiva. Ahora, aunque parezca extraño, solo me gustan, con honrosas excepciones, los grupos metal y algunas cantantes.
Alguno dirá: "oye, es que Alejandro Sanz canta muy bien". Hombre, yo qué queréis que os diga, esto es como lo de "Latinoamerica", que de tanto repetirlo todo el mundo lo dice, en vez de Hispanoamérica como sería lo normal. La verdad es que tipos como Alejandro Sanz no hay quien los aguante. Y otros que en España, por ejemplo, hacen unas canciones de lo más tradicional dentro del pop y lo disfrazan con una estética macarra, no me interesan mucho.
Pero hablaba antes de voces femeninas: Nena Daconte, Sónia Tavares (The Gift), Merche, Carminho, Edurne, Tamara, Marisa Liz (Amor electro) y Vega son intérpretes y autoras de una calidad que jamás hubieran soñado los artistas de los ochenta y noventa. De Virginia Labuat no es necesario hablar: allá dónde actúa sorprende a propios y extraños y ya se ha convertido en una cantante de culto. No se me olvida mi alumna Guadiana que tiene una voz impresionante y que ha triunfado en todos los programas de televisión en los que ha participado.
Con todo, las canciones que más me gustan son unas grabaciones caseras de una joven aficionada. Cada vez que las escucho pienso que si esta niña fuera hija de Rocío Durcal o de Paco de Lucía nos caerían sus discos de los árboles. Se llama Paola de la Cruz y es la caña. Soy su fan número uno.



sábado, 3 de diciembre de 2011

Nuevos amos de casa

Grande ha sido el esfuerzo de los últimos gobiernos en lo referente a la igualdad de la mujer y la mejora de su situación social y familiar. Entiendo que el mensaje siga siendo que aún no se ha conseguido la emancipación de la mujer del hogar y el trato discriminatorio en el trabajo. Animo sin ninguna duda a sucesivos gobernantes a que no cejen en el empeño y persigan sin cuartel hasta el último reducto de machismo o injusticia social. No obstante, he de decir, aun a riesgo de ser tildado con las mayores ignominias, que tales y abyectos comportamientos son absolutamente desconocidos entre las personas que conozco de mi edad.
De hecho, cuando escucho a determinados líderes políticos quejarse, amenazar e indignarse con la situación de la mujer, me dan ganas de decirles que se ocupen de los ámbitos que conoce o de sus propios electores, ya que, en mi caso, no encuentro, ni en mi generación, ni en mi casa, situaciones parecidas a las denunciadas. En todo caso tendría que reivindicar una discriminación absoluta y perversa hacia el hombre. Me explico antes de ser irremediablemente expulsado del paraíso político por el arcángel de la espada de fuego.
Horrorizado yo mismo de lo que acabo de escribir, vuelvo a insistir en que no estoy justificando nada ni a nadie. Que circunstancias como las que denuncian estos líderes y líderas, bien reales y traumáticas serán, y las conocerán de primera mano, nunca mejor dicho.
Ya sé que todavía en muchas casas las mujeres, madres e hijas son las que, por ejemplo, hacen las tareas de la casa y ellos, padres e hijos, se pasean, como antiguamente, a mesa puesta y camisa planchada y lavada. O camiseta y chancleta, que a cada cual... lo suyo.
Pero yo en mi casa, queridos, currelo como Petra criada para todo, y mejor callado, no se me ocurra quejarme lo más mínimo. Cuando no tengo que escuchar que esto lo he hecho a desgana, o a destiempo, o regular, o no como debe hacerse. O si no lo hiciste, que, claro, que si una no está detrás, pues nada.
Hasta aquí, qué le vamos a hacer, todo bien. Por qué no, todos somos cristianos. Lo malo es cuando uno se da cuenta de que además de hacer aquello que nuestros padres ni se planteaban y que ahora se nos exige, de muy malas maneras en algunas ocasiones, seguimos realizando todas aquellas tareas que anteriormente nos correspondían. Verbi gracia. Cinco cañas, dos vinos y dos tapas de foie (antes sería una ración de calamares fritos), ¿quién paga? Adivinad. Niño que tose tres veces. Diagnóstico de la madre y prescripción de un medicamento determinado que o no hay en casa o está caducado. ¿Quién se viste y sale en coche en busca de una farmacia de guardia? Esto en el mejor de los casos. A los maridos bisoños que estén leyendo estas líneas les aconsejo que jamás pongan en duda tal encargo, ya que sufrirán la ira, desprecio y comentarios injuriosos de sus esposas, cuando no de suegras, madres y vecinos. Además de terminar yendo, por supuesto. Veraneo o viaje familiar. Estáte preparado para cualquier encomienda de lo más penosa dentro de la casa, incluida vestir a algún niño, y luego bájate un equipaje que desriñona al viajero más animoso. Los padres antiguos, después de deslomarse, tenían la posibilidad de vengarse con la queja de que le habían puesto en la maleta la corbata verde cuando ellos querían la de rayas azules. Ahora, lamentablemente, nos están esperando con mirada inquisidora en la puerta del apartamento mientras subimos, como Sísifo, la descomunal roca del equipaje veraniego que parece rodar de nuevo hacia abajo cuando alcanza la cumbre, y rezamos para que todo esté bien y no falte nada.
En fin, señora ex-ministra, sin malos rollos. Hablo de lo que conozco y en modo alguno, pongo en duda lo que ustedes dicen. Es más, les apoyo incondicionalmente en la persecución y repulsa de cualquier comportamiento machista en todos aquellos ámbitos que bien conocen.