jueves, 21 de enero de 2010

Préstamos (La guerra de las palabras IV)

Hace unos días, mientras enredaba en el ordenador, escuché en la televisión un antiguo reportaje que celebraba el no sé cuantos aniversario de El Guerrero del antifaz. Era un reportaje de los años ochenta, de esos que reponen en los minutos de relleno del canal de noticias de TVE. El motivo parecía estrictamente cultural, inocuo y para todos los públicos. Sin embargo, se aprovechaba sin complejos para darle un repasito a la situación socio-política del franquismo. Cualquier viñeta del Guerrero según este periodista mostraba alguna deleznable inmoralidad social o, también, alguna velada crítica al régimen, ya que, parece ser, el dibujante era de izquierdas.
El autor de este texto pecaba también (lo cortés no quita lo valiente) de castizo. Vuelve el síndrome patriotero (que es apolítico) que comentábamos en otra entrada. Viva Mortadelo, Esteso y como en España no se vive en ninguna parte. Decía este señor, citando varios ejemplos en un alarde retórico, que en aquella época de El Guerrero del antifaz a los tebeos todavía no se le llamaban "cómics".
No soy yo sospechoso de arrojarme en brazos del barbarismo porque sí, pero tampoco creo que haya que rasgarse las vestiduras. No siempre hay que rechazar el extranjerismo. Quizás en la aparición de la palabra "cómic" no hay solo un deseo pseudo-culto, como es habitual, sino que era una palabra que para algunos era necesaria. Sobre todo para los que observamos objetivamente que entre Tintín y doña Urraca existía la misma distancia que entre un testarrosa y un Diane 6.
Pero claro, no todo es casticismo patriotero, ya que en esta España nuestra la incoherencia es más habitual si cabe que el sobrepujamiento de paella, palabras, artistas o deportistas. Recuerdo que cuando era pequeño en la radio y la televisión llamaban a Johan Cruyff igual que todo el mundo, es decir, /cruif/. Sin embargo, algún que otro periodista empezó a pronunciar /crooif/ y esto fue ya, queridos lectores, el aldabonazo para dar rienda suelta a un culto exacerbado por proteger la fonética original de todo bicho viviente que llegara a nuestra piel de toro, sobre todo en el mundo del fútbol. Así, pocos eran, por ejemplo, los que lograban coincidir en la pronunciación de aquel otro entrenador holandés del Barcelona: /bangal/, /ban gaal/, /fan gal/, /fan jal/... Infinitas variantes. Excesivo esfuerzo.
El festival de la confusión llegó con los talibanes. El periodismo tiene la responsabilidad de manejar palabras nuevas con la misma tranquilidad que algunos desayunan. En principio estaba claro. "Talibán", pues, coño, como "alemán": talibán, talibanes, talibana, talibanas. Una flexión sencilla, como otras. Pero no. Muchos periodistas-filólogos descubrieron el error: taleb-han es un plural. El singular en árabe es taleb. Por tanto, no podemos decir "talibanes" porque sería redundante. Alucinante. No sé si es que pensaban que el Islam se iba a encolerizar por no trasladar la palabra árabe al español respetando su forma hasta las últimas consecuencias. Preguntados los lingüistas, después de descojonarse, intentaron hacer razonar a los inculto-purista-pseudoculto-y-en-otro-tiempo-castizos: No es necesario conservar los accidentes gramaticales extranjeros, lo sensanto es tomar el préstamo y adaptarlo a la grafía, fonética y gramática españolas lo mejor posible.
No hubo manera. Ninguna posibilidad de convencerlos. La lengua tiene estas cosas. Todos la usamos y es tan cercana que todos nos creemos especialistas. Convencer a un periodista de que no comete ningún error gramatical por escribir "talibanes" es tan difícil como convencer a algunos extremeños de que no hablan mal por tener una variedad dialectal distinta a la centro-norte.
El hablante de a pie se comporta muchas veces como el fanático converso que no escucha a correligionarios ni superiores. Es más difícil, por ejemplo, que un camello entre por el ojo de una aguja o que un rico entre en el reino de los cielos, que algunos entiendan que el acento en el adverbio "solo" es potestativo o que las mayúsculas no solo pueden sino que deben acentuarse. Pero esto, como dicen que decía Rudyard Kipling (creo que se escribe así y lo pronuncio /ruyar kiplin/ porque me da la gana) es otra historia o, quizá, será otra entrada de este blog.