domingo, 19 de junio de 2011

Yo también estoy (no soy) indignado (La guerra de las palabras VIII)

Dicen que es una de las mayores dificultades para los extranjeros que estudian español: distinguir entre "ser" y "estar". El primero establece una identidad permanente entre sujeto y atributo; en el segundo, en cambio, es transitoria. Es este mi caso, ya que si pierde el Atleti, o me quitan un aparcamiento, o me bajan el sueldo, pues me cabreo lo normal, como todo el mundo razonablemente educado. Luego se me pasa: ganamos la Europa League en tiempos de sequía europea del rival, me tomo una caña fresquita, o me río con el chiste de algún amigo.
Sin embargo, me da la sensación de que otros están indignados permanentemente, es decir "son indignados". Parten de verdades absolutas que no pueden ser ni siquiera discutidas y muestran su indignación sobre todo en la calle, manifestándose de manera más o menos pacífica, dependiendo de la tarde o del número de "descontrolados" que aparezcan. En mi opinión, manifestarse en un país democrático es una falta de educación, pero admito que pueda estar equivocado en esto. Muchos se indignaron por los planes de estudio universitarios, otros por lo del Prestige, otros, los más, por la guerra de Irak, etc. Si estoy mezclando grupos de personas distintos, pido perdón por mi error de antemano. Ahora es por la crisis y la situación política y no seré yo quien niegue ni contradiga sus razones y argumentos. Pero, como en otros casos, falla el método: la manifestación y la asamblea de los que acudan. Recursos legítimos para los que carecen de otros, pero no es el caso.
Recuerdo que en el Colegio Mayor Barberán, en una ocasión hicimos una protesta en el comedor por algunas comidas que disgustaban profundamente a muchos colegiales. Consistió en devolver las bandejas intactas, sobre todo el segundo plato que consistía en la famosa "mortadela empanada". El director decidió entonces formar una comisión de colegiales que decidiera los menús del centro. Se reunieron en diversas ocasiones sin ser capaces de llegar a ningún acuerdo. Antes de disolverse, uno de ellos hizo un último intento: "Por lo menos la mortadela sí coincidimos todos en quitarla ¿no?" A lo que contestó otro: "No, a mí me gusta".
Confío en que nadie piense que intento frivolizar el asunto. Si es así, pido disculpas de nuevo. Pero creo que algo así podría suceder con estas reivindicaciones. Se formulan ideas aplaudidas y alabadas por todos, que parecen irrefutables, como la reforma de la ley electoral, de la que muchos hemos hablado en algunas ocasiones y por la que hemos suspirados en otras. Sin embargo, mucho me temo que tras encontrar al valiente ratón que le ponga el cascabel al gato, podría suceder algo parecido a la supresión de la mortadela, ya que lo que a unos va de perlas, quizá a otros no conviene. Y, precisamente, esto de la democracia consiste en esto: escuchar a todos e intentar beneficiar a la mayoría procurando perjudicar a pocos o a ninguno. Y desde luego no tienen la razón unos pocos por muchos que parezcan. Estoy deseando que las propuestas de los "indignados" encuentren un cauce adecuado, porque por un cauce adecuado el río no se desborda, no se "descontrola", y el agua, si es muy limpia y deseada por todos, llega legítimamente donde tiene que llegar.