Hace unos días acompañé
a mi familia al nuevo centro comercial de Badajoz, El Faro. En un momento que
conseguí escaparme busqué unas botas de fútbol, ya que las mías eran del año
mil novecientos ochenta y tantos. En este nuevo súper centro comercial hay tres
tiendas deportivas. Dos cosas me sorprendieron: primero, en ninguna de ellas había
botas de tacos; segundo, no existían otros colores que los fosforitos. No
compré ninguna de aquellas horteradas. Días después encontré en Sprinter unas
botas de multitaco negras y amarillas que más o menos me cuadraban con lo que
yo quería.
Que no haya tacos de
aluminio es normal, ya que en Badajoz no hay campos de hierba, salvo el Vivero
y algún otro. No los había en los años setenta y ochenta y sigue sin haberlos
ahora. Tanto que gusta en España sobrepujar lo antiguo, pues en esto nada.
Seguimos sin hierba. Antes quitábamos los tacos de aluminio y poníamos otros de
plástico para jugar en tierra.
Mis primeras botas de fútbol
me las trajeron los Reyes Magos. Eran unas botas Marco. De las nuevas, porque
no eran totalmente negras, sino que tenían un ribete blanco. Entonces eran muy
clásicas, porque la mayoría ya tenían
rayas blancas tipo adidas. Sin embargo la revolución tardaría en llegar. Y lo
hizo el futbolista Alfonso que fue el primero en llevar botas blancas. No se me
olvida, ya que en una entrevista radiofónica el típico periodista ignorante
preguntó a Alfonso qué diferencia notaba en aquellas botas. El jugador contestó
que eran más cómodas. El periodista tuvo la descortesía de ridiculizar al gran
Alfonso Pérez argumentando qué tenía que ver el color con la comodidad de unas
botas. Yo, en cambio, que entonces era un simple estudiante de Latín, recordé
que es verdad que cualquier prenda de color claro es más suave que una de color
oscuro.
Más tarde llegó el
festival: no hay otras botas en las tiendas, ya sean de hierba natural,
artificial o tierra, que no imiten las macarradas que usan Ronaldo, Neymar u
otros fantoches del campeonato.
Mi único consuelo es que
las botas que hoy me he comprado, que tanto me ha costado conseguir negras, no
son para jugar al fútbol, deporte que
últimamente me es algo antipático. Sobre todo porque intentas ver los goles del
Atleti el domingo por la noche y te encuentras un rollazo de tíos discutiendo
sobre si Messi dijo aquello o Cristiano tiene un coche negro o rojo.
Recuerdo que mi admirado
y súper criticado por todos, José María García, nunca pudo ser acusado de
madridista ni de barcelonista. Hoy en cambio todos los periodistas y
colaboradores de los programas de televisión se jactan sin vergüenza de ser
seguidores de uno u otro equipo. Hay incluso un individuo que coloca en su mesa
una foto de Mourinho mientras habla.
En todos estos años
Badajoz sigue sin campos de hierba. Sin embargo, el populacho sigue practicando
el fútbol allá donde puede, con botas amarillas o naranjas. Por la noche ven
futboleros o Punto Pelota y disfrutan con los dislates de los colaboradores más
fanáticos del Real Madrid.
En cualquier otro
deporte encuentras otro rollo. Rugby, pádel, tenis, golf, gimanasia, natación,
judo, kárate, jiujitsu, trekking, senderismo, baloncesto, voleibol, ping-pong,
ajedrez, ciclismo, piragüismo, vela, esquí, pilates, capoeira, esquash, fútbol
americano, atletismo, petanca, balonmano, natación sincronizada, automovilismo.
Por no hablar del
bochornoso espectáculo que ofrecen los padres de los niños que juegan al fútbol
cada jornada en todos los campos de España. Normalmente de tierra. Y es que lo
más patético es que toda esta gente corretea por campos de barbecho con botas
fosforescentes hacia una portería fabricada con piedras o mochilas, quizá con
la trampa de ser más pequeña que la contraria, y protegida por un portero sin
rodilleras, y con solo un guante. Eso sí, imitación del de Casillas. Ídolo, como
otros, iceberg de lo que en realidad ha sido España. De pies de barro. O de
tierra. Donde aquellos tacos de plástico quedaban arañados. Porque no se
utilizaban en el terreno apropiado.