sábado, 23 de agosto de 2008

Razones para usar el término Hispanomerica

Iba a titular este artículo La guerra de las palabras II, ya que he visto que se han quedado demasiados asuntos en el tintero y tengo la firme pretensión de que los artículos sean breves para este mundo de prisas e información a raudales. Y por otro lado tampoco es cuestión de ser pesado. Sin embargo, me interesa mucho más dar a conocer el tema concreto de esta argumentación que anunciar que sigo dando la lata con el mismo tema.
No hemos tenido demasiada suerte los españoles en esta guerra de los nombres. El continente que descubrimos, colonizamos y evangelizamos tomó el nombre de un cronista italiano. De su descubridor, el navegante Cristóbal Colón, nos dijeron que era también italiano y nos lo creímos a pies juntillas.
Desde el primer momento, las Indias fueron un suculento bocado en el que nuestros enemigos anhelaban hincar el diente. Así que, en primer lugar, Inglaterra, Holanda, Francia y otros herejes piratearon en tierras de la América española y después nos piratearon los nombres. No creo que, en la historia, haya habido más baile de denominaciones que aquellas que designan o han designado a la América hispana.
Es habitual emplear el nombre histórico del país o del pueblo de la metrópoli para denominar las colonias. Así, australianos, estadounidenses, neozelandeses son, se dice, de raza anglosajona. Del mismo modo argentinos, paraguayos, mexicanos, etc., se decía eran hispanoamericanos y América Central y América del Sur eran llamadas Hispanoamérica. Pero, claro, ¿cómo cometer esa ignominia cuando existe Brasil? Es mejor que digamos Iberoamérica. Aunque si hay que arrimar el ascua a alguna sardina, deberíamos haberla arrimado a la nuestra, ya que, puestos a ser rigurosos, los romanos llamaban a la Península Ibérica Hispania.
Con todo esto nuestra mayor infamia estaba por llegar. Una nueva denominación terminó por ningunear nuestra gesta e hizo desaparecer de un plumazo de América el nombre de España. Nos referimos al nombre Latinoamérica y al gentilicio latinoamericanos o, simplemente, latinos. Este último no puede ser más nefasto. Mis alumnos, cuando les hablo de Virgilio y les digo que es un importante poeta latino, se lo imaginan con camisa de flores tomando una bebida tropical con Shakira. La excusa esgrimida para el empleo de estos vocablos es el gran número de italianos que emigraron a Argentina en el siglo XIX y tal vez la existencia de la Guayana francesa. Por tanto, la cultura y raza común entre portugueses, españoles, italianos y franceses, es la latina, heredera del Imperio Romano y de hecho todos estos pueblos hablan lenguas neolatinas. Sin embargo, el argumento no puede estar más traído por los pelos, ya que la presencia de los piratas ingleses en el Caribe es igual de importante o más que la de italianos y franceses en América.
¿Cuál es el motivo, por tanto, de forzar hasta este extremo el rigor de nombrar a América del sur y central? ¿Dónde está el origen de emplear estos nombres? ¿Quizá un sentimiento tardío de rechazo del colonialismo o una última defección de los lazos de la antigua metrópoli? No sé. Tal vez influyó este sentimiento, pero a mí me da en la nariz (lo siento si me equivoco) que aquí colea la antigua rivalidad entre el mundo anglosajón y España, y mucho me temo que el término está principalmente acuñado en Estados Unidos. Nunca le interesó al nuevo imperio una presencia fuerte de una potencia europea en América. América para los americanos decían cuando provocaron la rebelión en Cuba y nos declararon la guerra. Y es que nuestros enemigos eran muchos y poderosos y no sé si todavía lo son en plan lobos con piel de cordero.
Para concluir, quiero recordar un axioma lingüístico que formulábamos en el artículo anterior: la lengua se describe no se prescribe. Por ello me ha hecho mucha gracia un titular que he leído en internet o en la prensa: La revista de Ana Rosa Quintana pide a la Academia que sustituya el adjetivo cuarentón por cuarentañero. No sé cómo los académicos soportan a todos estos visionarios que piensan que descubren la pólvora y parecen acusarles de inmovilistas, antiguos o culpables de todas las connotaciones peyorativas, sexistas o racistas del diccionario. No se dan cuenta de que la lengua la hacen los hablantes, y si hay uno con mala leche, pues le llamará a alguien cuarentón, o solterona, o larguirucho. Si los tiempos han cambiado y un cuarentón es hoy un joven alegre y emprendedor (como yo), pues que lo propongan, como hicieron los que comenzaron a emplear el término latinoamericano. Ellos triunfaron, y por ello la Academia no tiene otro remedio que describir en el diccionario ese uso.
Hoy tengo yo también otra propuesta: utilizar las palabras Hispanoamérica, hispanoamericano o hispano. Que no nos den nada, pero que tampoco nos quiten lo que es nuestro.

jueves, 21 de agosto de 2008

¿Qué es Pensamientos en voz alta?

Este blog tiene la intención de publicar artículos de opinión sobre temas variados. No tiene la pretensión de crear simpatizantes ni adeptos a personas ni ideas políticas, culturales o académicas. Fundamentalmente cumple un objetivo: satisfacer de algún modo la afición periodística que el autor pueda tener y que nunca ha sido capaz de realizar en otros medios y que hoy la red le ofrece. Si alguien, pocos o muchos se entretienen e incluso encuentran algo de provecho, miel sobre hojuelas. Decía el autor del Lazarillo, citando a Plinio, que cualquier libro tiene algo de provecho. Desgraciadamente hoy no es así, y encontramos demasiados libros, periódicos, programas de televisión, páginas web y blogs que no solo no sirven para nada, sino que incluso son nocivos. Confío en que Pensamientos en voz alta, al menos, no sea ni una cosa ni la otra.

La guerra de las palabras

La verdad es que me apetecían mucho más otros temas para iniciar este blog de artículos, sin embargo he recordado que tenía una cuenta pendiente con este asunto. Sencillamente, durante muchos años, he pensado que veía lo evidente mientras otros erraban con tenacidad exasperante. Me refiero a personas, fundamentalmente, que pertenecen a ámbitos como la política nacionalista, la prensa y la política que muchos califican despectivamente como progre.
En mi opinión dos de los errores que cometían, y siguen cometiendo son los siguientes: El primero, el mal uso de algunas palabras. El segundo, sostener la creencia de que el uso lingüístico puede prescribirse y, lo más grave, pretender prescribirlo (consiguiéndolo en muchas ocasiones por desgracia).
Empecemos con el primero. Dice el diccionario de mi ordenador que nombre es la palabra que designa o identifica seres animados o inanimados. Por consiguiente el primer tirón de orejas podríamos dárselo a aquellos padres que por tradición familiar utilizan sus propios nombres con sus hijos: Le pondremos Gustavo, como su padre y su abuelo. Sentimentalmente, muy adecuado, sin embargo, desgraciadamente, en casa el nuevo nombre no sirve, ya que designa dos seres, en este caso animados, al menos la mayoría de las veces. Como el nombre es el mismo y no cumple su función, la familia inconscientemente crea otro: entonces aparecen los diminutivos, apócopes, nombres afectivos, etc. Sin olvidar el típico motecillo que inventa en sus balbuceos el hermanito más pequeño.
Pero no es este tipo de errores el que nos ocupa en este artículo sino otros, en mi opinión, de mayor interés y gravedad. Un ejemplo: En una ocasión escuché en un telediario que un tanque israelí al contestar al fuego del enemigo asesinó a una niña al derribar la casa sobre la que disparaban los palestinos. Asesinar es matar a alguien con premeditación y alevosía. Alevosía, hablando mal y pronto, es procurar cometer el crimen sin que te cojan. No voy a opinar aquí sobre este tipo de conflictos, pero es evidente que el término está mal empleado por mucho que quiera el periodista denunciar o lamentar el hecho, ya que en el ánimo de los homicidas no parece existir ni premeditación ni alevosía. Algo parecido ocurre con el exceso verbal al tratarse los casos de la llamada violencia doméstica. Se utiliza, por ejemplo, también el verbo asesinar para todos los casos, incluidos aquellos en los que no parece haber ni premeditación ni alevosía y aunque la hubiera no parecen los periodistas los encargados de dictaminarlo. Eso sí, no se les olvida decir que presuntamente hizo esto y lo otro. Otra coletilla, ya famosa, que como estas actuales forman parte de un lenguaje premeditado y políticamente correto que comparte casi universalmente el gremio. La noticia más, que como una información, parece que se intenta dar como una declaración personal ideológica.
Otro error en esta guerra de los nombres o las palabras lo cometen, no sé si inconscientemente o a sabiendas los políticos nacionalistas. Ignoro si saben (seguramente sí) que la lengua no se puede prescribir. Ni siquiera la Academia; los lingüistas describen no prescriben. Sin embargo en su paranoia de defender y propagar cueste lo que cueste la lengua vernácula han conseguido que, por narices, la mayoría de los que hablamos castellano tengamos que usar Lleida, Girona, Ourense y A Coruña, por ejemplo. El último caso, el de La Coruña, es especialmente curioso, ya que la propia ciudad, a través de su ayuntamiento, pidió a la Xunta su denominación en castellano sin éxito.
Finalmente, con esta misma intención de prescribir en la lengua en aras, otra vez, de lo políticamente correcto, los políticos, denominados, como ya dije, por algunos peyorativamente progres, cometen otros tantos errores. Veamos algunos ejemplos: Hace algunos años, una ministra (no recuerdo su nombre) estableció una buena mañana que debía acabarse aquella distinción de señora y señorita, pues era discriminatorio. A estas alturas del texto no creo que el lector necesite más explicaciones. Otro de los casos más curiosos y pintorescos es el de pretender nombrar los colectivos con la forma masculina y femenina a la vez. Es especialmente vistoso en los vocativos: "compañeros y compañeras" (el desuso de camaradas les ha venido de perlas), "vascos y vascas", "padres y madres"... Al inicio del discurso está muy bien y marca claramente muchas intenciones, sin embargo, incluso los apóstoles de este peculiar uso, comprueban que es insostenible a lo largo del texto sin convertirlo en un auténtico galimatías: porque es evidente que los padres y las madres quieren lo mejor para sus hijos e hijas y ellos y ellas para sus hermanos y hermanas e igualmente para sus profesores y profesoras que no pretenden otra cosa que convertirlos en ciudadanos y ciudadanas de provecho... Como evidentemente esto le chirría hasta al más fanático, entonces aparecen las omisiones, los incumplimientos de la norma y curiosos morfemas como el famoso -os/as o el extravagante @s.
Existe un principio en toda lengua que es el de economía y este problema ya estaba solucionado con un masculino que funciona, sobre todo en plural, como un epiceno, común en género para seres sexuados. Pero claro, se hace encaje de bolillos por demostrar esas pretendidas superioridades morales de las que presume algún que otro gobernante.
Para terminar, pido desde aquí, que cada uno exponga sus ideas con tenacidad infinita, que nos martirice con argumentos, axiomas, amenazas, súplicas y todos los recursos a su alcance, pero, por favor, que no manipule ni manosee la lengua, al menos no de forma tan contumaz e interesada.